miércoles, 31 de diciembre de 2014

Mi momento más mágico de 2014.

Si tuviese que destacar un momento de 2014, destacaría un par de segundos que viví hace ya seis meses durante mi viaje a China. Yo había pasado aquella tarde solo en un hospital de Shanghái con cuarenta de fiebre, atado a un gotero en una sala con otras veinte personas y después del viaje en tren más insoportable de mi vida con mi clásica paranoia pesimista. Tras un tiempo, que sinceramente no sé cuanto fue, llegaron por fin mi amigo Tietuo, su primo y el tío del primo de Tietuo para sacarme de allí. Yo todavía con fiebre, me subí en la moto con pedales o la bicicleta con motor de su tío. Me agarré con una mano fuertemente al tronco del hombre y sujeté con la otra mi sombrero para evitar que se volase. Entonces empezamos a circular entre los coches a toda velocidad en mitad de la noche. Después de dos semanas, ya me había acostumbrado a la caótica anarquía que era el tráfico en China y más en una ciudad de veintitrés millones de habitantes como era Shanghái. Y entonces, el conductor me indicó que mirase a mi izquierda y de repente, entre los hormigueros verticales, surgieron los famosos rascacielos de Shangái iluminados de azul, rojo, amarillo... había soñado durante años con ver aquellos colosos y maldije que tuviese que ser justo en aquel inoportuno momento, con fiebre, a toda velocidad en una "moto con pedales" y con extremadamente fatigado. Sin embargo, rápidamente me di cuenta de lo afortunado que era y por fin, después de tanto tiempo, estaba viviendo aquello que tanto tiempo había deseado, aquello por lo que había recorrido diez mil kilómetros. Es una verdadera pena que no hubiese tenido una cámara en mano para inmortalizar aquel momento y poder compartir un resquicio de aquel maravilloso paisaje que sin duda no podría reflejar ni de lejos la totalidad de emociones que me provocó, aún así, aquel recuerdo, aquel fugaz ataque de plenitud y realidad, de sentirse vivo, permanecerá grabado, imborrable en mi memoria, para siempre.

viernes, 24 de octubre de 2014

Perfume a decadencia

Tras mi viaje a China, volví con la sensación de haber visto cosas que jamás había visto, probado o sentido en España. No hablo sólo del sabor de las cucarachas, del olor a contaminación en mis pulmones o de los frenéticos transbordos en metro que convierten en una nadería a Valencia en fallas. Hablo de algo que va más allá, un sentimiento generalizado que invade las calles e inunda el ambiente. No sé como llamarlo: auge, apogeo, tener la certeza de un futuro mejor... en cualquier caso la palabra que busco es un antónimo de decadencia.


Y es quizás mi ciudad, Valencia, uno de los mejores exponentes que puedo encontrar de este ambiente generalizado de decadencia. Hay una frase que escucho últimamente demasiado y que yo me delato culpable de repetirla también: "yo de mayor no quiero vivir aquí". Esta apatía, esta desilusión, esta decadencia es palpable en la población, especialmente la más joven y quizás sea una de las consecuencia de la crisis que más hondo hayan calado y que más tarden en desaparecer, si es que algún día desaparecen.

A mi me encanta Madrid, es algo que no niego, ni oculto. Si tuviese playa sería la ciudad perfecta en mi opinión.Sin embargo, no hay más que pasearse por sus calles para darse cuenta que aquello en el pasado fue grande, muy grande, fue la capital del imperio en el que nunca se ponía el sol y ahora es incapaz de ganar unos juegos olímpicos. España, Europa en su totalidad, es un gran museo al aire libre, un lugar precioso donde se puede apreciar a simple vista las señas de un glorioso pasado no tan lejano. 

Pero volviendo a la pequeña Valencia, me encuentro en la actualidad con una ciudad sin vida cultural. Perdón sí que hay, hay múltiples conciertos de grupos independientes en Valenciano pero yo me refiero quizás a la bohemia que se respira en Madrid. La oferta teatral de Valencia es pésima, como actor, como editor, como periodista, como ingeniero... no veo futuro en ninguno ámbito si uno se mantiene en la pequeña ciudad de levante.

Si ya abordamos el tema político mucho peor incluso porque tras diecinueve años de gobiernos populares (yo nací con el PP en el poder, así no he conocido otra cosa) no se ve en el horizonte ninguna otra alternativa factible que no sea un inestable tetrapartito.

Valencia se cae, se está cayendo, y las ciudades de las artes, las carreras de fórmula1 no son más que patéticos y caros intentos por posicionarnos en un lugar internacional que ya no nos atañe.


En China en cambio se sentía un ambiente muy distinto, el metro era nuevo y eficiente. Me moví por sitios muy muy poco turísticos y viví los lugares en los que estuve intensamente, pero no vi más pobreza que en España, todo lo contrario. La gente quería estudiar, sabía que tenía un futuro prometedor por delante hiciese lo que hiciese. Y eso me daba miedo. China es un dragón muy grande y se me quedó el cosquilleo que no tardará en despertarse y comernos a todos.


Que conste que no la pongo de ejemplo. Muchas cosas me desencantaron de China. La ferrea censura del gobierno, el hecho de que la población se sintiese completamente ajena e incompetente para abordar la responsabilidad de tomar ellos mismos decisiones políticas y cuestionar a sus líderes, el vivir para trabajar y no trabajar para vivir, el caos, la suciedad... 

Volví de China sintiéndome afortunado de haber nacido en Occidente pero también entristecido por ya ser completamente consciente de que nuestro papel en el mundo se ha acabado, que ya no tenemos nada que decir y que como todo gran imperio de la historia hemos caído, ahora sólo nos falta asumirlo y comenzar a salir lentamente del fango.

viernes, 12 de septiembre de 2014

Un viaje a China (III)


Tietuo, mi sombrero de Ikea y yo continuamos nuestro recorrido por Pekín entre la contaminación y el sofocante calor. Decidimos acortar en un día nuestra estancia en la capital, así que tuvimos que condensar todo lo que queríamos ver y este fue sin duda el día del viaje que más me gustó lo que vi.


El primer lugar que visitamos fue el Palacio del verano. Que está alejado del bullicioso centro pekinés y algo menos contaminado. Es con diferencia el sitio más hermoso en el que he estado en mi vida. Construido al rededor de un lago artificial, con majestuosos jardines orientales, templos budistas, pagodas, puentes imposibles, música, danzas tradicionales, señores haciendo caligrafía con agua y un sinfín de nenúfares en flor. Era lo único en el planning de lo que no había oido hablar, ni siquiera Tietuo y menos mal que me lo recomendó el chico de la agencia porque es una auténtica maravilla del mundo.





Después de comer y ver las ruinas milenarias del antiguo Palacio del verano, fuimos al ICONO con mayúsculas de la ciudad de Pekín: "El templo del cielo". Siendo sinceros, pensaba que, como todo lo que se suele vender como icónico, al final, me iba a defraudar pero no fue así. El templo del cielo es gigantesco y a diferencia de otros enclaves turísticos no estaba repleta de chinos, la entrada era un poco cara pero mereció de sobras el dinero que costaba. Ese día me enamoré de Pekín, es sin duda una ciudades más bellas del mundo y es una pena que esté tan tan tan contaminada.



Por último, Tietuo me llevó a Wangfujing Street que es la famosa calle de Pekín que sale siempre en callejeros viajeros y que es como los occidentales nos imaginamos China con sus farolillos rojos y muy bulliciosa, pero repito es sólo una calle. Pekín no se parece en nada a Wangfujing Street. Era una pena que estuviese tan lleno porque había tanta comida. Sin embargo, no pude resistirme y me "comí" dos cucarachas. Que ¡Ojo! no están malas, de veras. Saben a gamba a la plancha, pero como allí todo se come con cáscara (incluso las gambas) mi garganta no está preparada para tragarse un exoesqueleto y solo las chupaba para esculpirlas a continuación. Como las pinzas de las cigalas y las cabezas de las gambas.




Os dejo el link con la dirección del vídeo de la cucaracha. Espero que lo disfrutéis.

viernes, 29 de agosto de 2014

Un viaje a China (II)


Los que me conozcan sabrán que hay cuatro cosas que me apasionan (eran cinco antes de viajar a China): los mapas, Canción de Hielo y Fuego, Euskal Herria con sus siete provincias, y el metro. Pues el metro de Pekín es una pasada. 16 líneas tenía el mapa que cogió Tietuo, y más habría porque algunas en vez de número tenían nombre. Allí la seguridad es máxima, antes de entrar en cada estación te hacían pasar todas las mochilas por un escáner e incluso a veces pesar los líquidos. Esto que al principio me sorprendió se repite en cualquier lugar medianamente público de China, desde el metro, la estación de tren, los parques etc... al principio es un engorro bastante grande sobre todo si vas con maleta y hay un montón de irrespetuosa gente corriendo como locos para coger asiento en el metro y no tener que ir de pie. Una vez, en la estación de Beijing West Railway Station, mi amigo Tietuo quedó atrapado entre una marea de gente que se pegaba por entrar en el metro y tuve que tirar con fuerza de él para sacarlo. Porque los chinos son muy muy respetuosos con los extranjeros, los laowais, pero no así entre ellos.


Al primer lugar al que fuimos fue la plaza de Tiananmen, la plaza más grande del mundo pero, como todo en China, está tan llena de chinos que es imposible admirar por completo su magnanimidad. Esto fue especialmente horrible en una de mis grandes decepciones del viaje, la Gran Muralla, de la que ya hablaré luego. Aquel día el ambiente estaba tan cargado de contaminación que llegué a confundir el sol con la luna. Y esto es algo que en occidente nunca había visto, el sol como una esfera perfectamente redondeada a la cual se podía desafiar mirando directamente sin deslumbrarse. La cola del mausoleo de Mao daba la vuelta a la plaza pero iba rapidísima. Tietuo me dijo que no merecía la pena entrar y que además no te dejaban hacer fotos. Tampoco me hacía mucha ilusión ver su cadáver, ni tener que rendirle honores.


Hubo dos momentos en el viaje en los que dije: "WOW madre mía" El primero fue cuando abrieron las puertas de la Ciudad Prohibida y me encontré ante aquella gran explanada que durante muy poquitos segundos estuvo casi vacía. La Ciudad Prohibida era la residencia del emperador de China y como su nombre indica estaba prohibido el acceso para todo la plebe del país, unos mil millones de personas. A mi me encantó aquel lugar, mientras que a Tietuo le decepcionó. He de decir que a mi no se me ocurrió llevarme el carnet de estudiante y eso me jodió bastante durante el viaje porque a pesar de que mi madre me envió una fotografía había lugares donde no me la admitían y tenía que pagar el doble que Tietuo por entrar en cualquier sitio.



Después de ver la Ciudad, fuimos a ver unos parques aledaños muy hermosos. Típicos jardines chinos, tal y como uno se imagina oriente. Con sus abuelitas y abuelitos bailando y haciendo deporte, gente tocando instrumentos tradicionales, hombres haciendo caligrafía, señores y señoras cantando. Muy divertido todo aunque acabé destrozado. Me llevé las botas de montaña y por la noche tuve que meter los pies en agua caliente de lo que me dolían.



Después fuimos a comer a un pequeño bar o restaurante, no sé, da igual. Llamémosle con cariño un acogedor lugar que ni de coña pasaría los controles sanitarios occidentales. Comí muy bien y muy barato, además las Coca-Colas y las fantas (ya comentaré más adelante mi problema con esta palabra) son de 600ml y valen 4 yuanes, unos 50 céntimos. El paraíso de la comida, señores. Ir a China y no atiborrarse de comida es un pecado. Eso sí, advierto que la comida china china nada tiene que ver con la que nos ponen aquí en los restaurantes. No vi un solo arroz tres delicias o un rollito de primavera o un pato al limón. Además, por lo general, es picante. Y también recuerdo que allí no hay cubiertos, todo es con palillos, así que mejor que vayáis como yo, aprendidos de casa y os libréis de un gran problema.



Por la tarde ya estaba muerto y enterrado de tanto caminar entre hutongs y de tanto calor (todavía no había ido a Xi'an y no conocía lo que era el calor de verdad). Una cosa que no soporto es la gente que yendo de viaje insiste en volver al hotel porque está muy cansada y he de reconocer con vergüenza que aquella tarde fui yo el que tras una hora en el metro camino a la villa olímpica le pedí a Tietuo volver. Como podéis ver en la foto, ya no podía más. Y sin embargo volvimos al metro y acabamos sin quererlo delante del CCTV y del Beijing World Trace Center. 



Una horita más de metro y por fin estuvimos de vuelta en casa listos para ir a cenar a un restaurante. Es una pena que la comida fuerte de los chinos sea la cena porque me llenaba rapidísimo y siempre terminaba exhausto media hora antes que el resto de personas. La cena china es muy distinta a la occidental, se preparan seis o siete platos muy variados con carne, pescado, verdura, fruta, arroz, sopa... y se sirve todo junto. En el caso de los restaurantes te lo van trayendo conforme lo van haciendo. Creo que ese día fue el que mejor comí de toda mi vida. Su tío muy hospitalario no paraba de preguntarme si quería más cosas y yo le respondía que aquello era más que suficiente. Le pedí perro, pero el perro a pesar de la creencia popular no es un plato típico ni común chino. Hay lugares, me dijeron, pero muy pocos porque comer perro es coreano. A continuación dejo una imagen de una parte de la cena.


Estaba tan cansado que en sólo un día me acostumbre al uso horario y a las ocho caí rendido en la cama.

lunes, 18 de agosto de 2014

Un viaje a China (I)


Hace ya dos semanas que volví de China y tengo la extraña sensación de que fue hace mucho tiempo, meses e incluso años. No encontraba el momento de reflexionar qué han significado para mi estos 16 días fuera de casa. Sin duda ha sido una experiencia muy intensa, casi diría que demasiado. El choque de civilizaciones ha sido brutal, pero me ha enseñado muchas cosas. Intentaré seguir un orden cronológico.


Tras cuatro horas de avión hasta Estambul, siete horas de escala jugando a las cartas con chinas en el aeropuerto de Ataturk y otras nueve horas de avión por fin llegué a la República Popular. Mi primera impresión fue clara y se refleja en la pregunta que nos hicimos todos los pasajeros conforme nos íbamos aproximando a la capital china: ¿eso es niebla o es contaminación? porque después de sobrevolar el hermoso e inmenso desierto del Gobi nos introdujimos en una nube grisácea que no nos abandonó hasta que cogimos el tren hasta Xian. Bajar del avión fue toparme con un mundo completamente nuevo, envuelto por una bruma de aire seco y tóxico a 40 grados de temperatura, creo que no hace falta decir más sobre el clima de Pekín, excepto que aunque no lo parezca no es el peor de China.




Mi amigo y yo llegamos a Pekín desde un avión diferente cada uno. Yo hice escala en Estambul, él en París. Estuve una hora perdido en el aeropuerto buscándolo hasta que lo encontré con otros dos hombres. Salimos a la calle y tuve mi primer gran impacto con la cultura china: el tráfico. Mi amigo Zou me dijo que en China no había normas de tráficos, los pasos de cebra inexistentes, por supuesto; el automóvil, prioridad absoluta al parecer. Aquello era un caos, tardé mucho en acostumbrarme para ser sincero. Me atemorizaba cruzar la calle y varias veces me enfadé con los conductores. Una vez viniendo de ver la Gran Muralla a un coche le dio por darse la vuelta en mitad de la carretera y tuvo (por sus santos cojones) el tráfico detenido durante quince minutos (bueno quizás menos, pero me tocó mucho las pelotas esa actitud de ahora me doy la vuelta porque me da la gana) y otra vez cuando cogiendo un "taxi" (taxi = chino en bicicleta) fuimos en contradirección entre los coches. Otra de las muchas manías de los chinos es escupir. Escupir, pederse y eructar, sea donde sea, sea quién sea. Da igual si estás en un coche, en la estación de tren o, por supuesto, en un bar al aire libre, aunque esta sea una pudiente señorita seguro que escupirá y eructará. Y luego serás tu el maleducado por beberte la cerveza del botellín y pelar las gambas con la mano.



Nos alojamos en casa de sus tíos, cerca de la estación de Dahongmen, en el sur de la ciudad. Si ya cuando vine de Madrid sentí que Valencia era un pueblo grande, al volver de Pekín sentí que esto no es más que un pueblo. Pero ahora he llegado a la conclusión que quizás no sea China el mejor lugar para comparar, no es que Valencia se muy pequeña, es que Pekín es gigantesca a un tamaño desorbitado. Su tío nos llevó a cenar a un "bar" al aire libre con sus amigos donde hacían la comida en la calle, al lado de un mercado donde la fruta estaba en el suelo y un grupo de señoras mayores bailando al unísono. La comida estaba buenísima, al igual que la cerveza, la cual no se debe beber de botellín según los chinos. Acabé cansadísimo, ni siquiera me di cuenta de que la cama no era más que una tabla de madera con una esterilla de bambú, pero tenía tanto sueño que me supo como si hubiese sido una cama de agua.


jueves, 13 de febrero de 2014

Europa


Hace ya más de un año realicé con el instituto un viaje al parlamente europeo en Estrasburgo. Para ir me preparé un pequeño trabajo sobre la importancia de los valores europeos compartidos, la cual ahora he encontrado por casualidad limpiando mi ordenador. Por supuesto, leída ahora, con el tiempo a mis espaldas hay muchas cosas que habría cambiado de aquella hoja de papel que me sirvió para reflexionar acerca del mundo en que vivimos. La dejo aquí integra y sin cambiar nada, con errores y todo, para que conserve la esencia de aquel momento. Espero que os guste.


THE IMPORTANCE OF SHARED EUROPEAN VALUES 

 It is a fact that in the last century Europe has lost its role as a superpower able to lead and influence the world. Now, with the current crisis we live, we have given more importance to economic troubles than political ones. We have placed on the hands of technocrats who distribute our resources towards the economy and undermine the values that have cost us so much time to force. This is the dangerous limit that separates understanding the welfare state as a social right of the understanding it as a privilege.

These changes affect us, young Europeans, with more intensity because they will determinate our future. But it is unfair. Our lives cannot depend on economic stability. And now it is time to stop looking to Europe as a market and Europeans as consumers. Conceptualizing Europe as a market belittles us as citizens.

To advance in this ideal of union we must rid ourselves at looking only what divides us and focus on what unites us. Maybe our past is different but we share future. Language is one of the main obstacles. We will not be able to see each other as siblings until we were able to understand us when we talk. No language is better than another but we must not fall into the hypocrisy of saying that they are all equally important. We must be practical and use the language as a tool to communicate not as a weapon to defend our nationalism. Because that is not the way to move forward. We must also try to make the European Union more participative with its citizens.  Create large European political parties and that they compete with each other for the presidency of the parliament. It does not care if the chief candidate is northern or southern, eastern or western.

But these changes will not be proposed by national politicians because they will be the biggest losers if we cede sovereignty in favour of the union. They have to be the people themselves who built this multicultural space and the feeling like they were at home beyond the frontiers of our countries. Then, maybe, politicians will work seriously for the union beyond the economic one.

domingo, 9 de febrero de 2014

Café en Paris

DIBUJO PARA TIETUO - INDIES IN PARIS

No tengo mucho que decir, más que estoy hasta arriba de exámenes y que de golpe me he dado cuenta de que estoy en segundo de bachillerato y tengo que trabajar a saco. El invierno es frío, aburrido, monótono y no me gusta.

domingo, 12 de enero de 2014

Sobre Valencia, el valenciano y los valencianos después de leerme Nosaltres, els valencians.

EDITADO: 2016. A día de hoy no pienso para nada así, pero mantengo esta entrada porque todos debemos recordar de dónde venimos y cómo hemos llegado hasta donde estamos.


Hoy voy a romper la mecánica habitual de este blog y daré mi opinión acerca del libro que acabo de terminarme de leer apenas unas horas. Se trata del famoso ensayo de Joan Fuster "Nosaltres, els valencians", un libro que me leí como lectura voluntaria para la clase de valenciano lengua y literatura, pero que otros muchos centros (como el de mi madre) es obligatorio.Yo decidí leérmelo porque necesitaba comprender el porqué de la manera de pensar de aquellos que rehúsan y rechazan de una realidad que yo vivo todos los días. Además también me intereso por conocer los argumentos y las opiniones de los que no piensan como yo.

Comenzaré diciendo que tengo diecisiete años y vivo en Valencia (obvio) capital. He nacido aquí, aunque mis padres son manchegos los dos. Por supuesto mi lengua materna es la castellana y mi mundo es exclusivamente en castellano, excepto las tres horas a la semana en que entra mi profesora por la puerta y la escucho hablar.Si no fuese por estas tres horas de valenciano, cualquier otra persona en mi situación negaría la existencia de alguna otra lengua en mi territorio. Cuando hablo de territorio me refiero a Valencia ciudad, incluso más exclusivamente a mi barrio. Un barrio del noroeste de la ciudad, de clase media  y con no mucha inmigración, bueno china sí pero no en exceso. Hasta ahí mi presentación.

Durante la lectura de este libro he ido pasando por tres etapas dependiendo de las sensaciones que éste me iba produciendo. La primera parte, digamos que es una etapa lógica e interesante, llena de cifras y fechas, que narra la historia de Valencia. He de decir que he aprendido muchas cosas con esta primera parte y me ha respondido a varias de mis preguntas sobre por qué este "país" es como es.

La segunda etapa por la que pasé fue un cambio bien diferente. Del respeto que me estaba produciendo pasé a un sentimiento de estar leyendo a un resentido, a un creador de enemistad y antagonismo. De referirse indirectamente a Castilla como el enemigo, y de medio insinuar que al igual que la única solución para el problema de los moriscos fue echarlos y ésto a la larga ha sido beneficioso para los valencianos, ahora con el problema de los charnegos (ojo que él no dice nunca esta palabra) se ha llegado a una situación sin ninguna otra salida. Esto me mosqueó bastante, sentí que a pesar de yo haber nacido aquí y no desentonar para nada culturalmente de los de mi entorno, había una parte de la población que me consideraba extranjero. Por suerte conozco a mucha gente valenciano parlante y sé que este pensamiento no es ni de lejos algo extendido o natural. Quizás sólo en las facultades de filología catalana. Hay un momento en el libro en que Fuster dice algo así como Blasco Ibáñez, aragonés de segunda generación. Estoy seguro que uno que nace en Murcia no es albaceteño de tercera generación. Llegados a este punto entendí la postura de aquellos que no lograba entender, viven en otro mundo, otra realidad. Los indígenas (esta palabra si que la usa Fuster en el libro y me hizo bastante gracia este guiño a los pueblos prehispánicos) son desde hace tiempo una minoría y la mayoría de ellos están asimilados culturalmente a la de la metrópolis. No hay ciudad en España fuera del País Valencià que yo encuentre más similar culturalmente a Valencia que Madrid, aunque con los tintes provincianos que tiene mi ciudad. Pensé en aquel momento que lo que me estaba leyendo no tenía nada que ver conmigo, que era simplemente la Biblia de los que vivían frustados por haber nacido hablando una lengua que no está normalizada (ni lo estará, seamos realistas) ni tiene prestigio social o al menos tanto como el gigante que es el español, en todos sus aspectos. Pero por supuesto seguí leyendo porque aún me faltaba el último tercio del libro.

Voy a alabar esta última parte, pues ha sido la que me ha dejado un buen regusto en la boca, la que me ha dado esperanzas de que todo cambie. La que me ha hecho comprender el PORQUÉ. Yo ya hacía tiempo que desde que iba creciendo y viajando, conociendo otras ciudades y otras gentes que en Valencia había algo que iba mal. Yo antes pensaba que era España, pero desde que he conocido a bastante gente de Madrid y he viajado allí, he podido comprobar que no es así. Valencia es una ciudad provinciana, la más grande de España, pero provinciana. Está invadida por el campo y por el chabacanismo, y eso no se soluciona gastándose una millonada en construcciones faraónicas que se caen a pedazos, carreras de barcos y circuitos urbanos de Fórmula 1 que no traen otra cosa más que miseria al pueblo de verdad. Y sin embargo, los valencianos se muestran reacios a aceptarlo, a aceptar que si quieres hacer algo tienen que irse a Madrid o a Barcelona, o incluso a Bilbao. Porque len la ciudad vasca aunque es mucho más pequeña que Valencia, Sevilla o Zaragoza, se respira otro ambiente, más industrial, menos provinciano. A mi encantaría tener la oportunidad de trabajar en Euskadi y estaría dispuesto a aprender euskera, porque no se por qué los vascos han conseguido lo contrario a los catalanes, que se respete y quiera su lengua fuera de su país y que dé gusto escucharla en vez de rechazo. Pero este es otro tema. Así que llegué a la raíz del problemas, Valencia es una ciudad provinciana porque se ha dejado serlo. Ha dejado que Madrid la subyugue, que se convierta en un planeta que gira al rededor del Gran Sol. Valencia debía haber sido una ciudad de dos millones de habitantes sin embargo casi no llega a un millón. Porque en sus orígenes fue una ciudad muy importante, pero la sumisión ha hecho que lo que podía haber sido un importante centro cultural al estilo de Barcelona sea esta ciudad a medio camino de todo. Estoy de acuerdo con esto, no culpo a Madrid de que su posición "privilegiada" en el centro les impida ser conscientes de lo que genera en la periferia su ansia monopolio de poder a lo largo de la historia. Me gustaría visitar Lisboa para ver una hipótetica valencia ucrónica exenta de la influencia centralista de Madrid. 

Pero ¡ojo! que yo no apoyo la solución de Fuster de un estado pancatalanista, pues esto no es más que dejar un problema para entrar en otro. Para empezar, no sé que es peor, si estar subyugados a Madrid o a Barcelona, que ya tiene puerto y playa y no nos necesita para nada. Después porque para cualquier valenciano (nuevo valenciano como queráis llamarlo)  Cataluña es mucho más diferente de Valencia que Madrid. Donde yo jamás me he sentido un extranjero cosa que a veces sí en Cataluña y por supuesto en Euskadi, donde he de reconocer que hay otra cultura distinta al resto del territorio español. Tampoco me gustaría que Valencia fuese un estado diferente, porque esto no tiene ni pies ni cabeza además ni hay apoyo popular ni hay nada. Lo que debe de hacer Valencia es saber hacerse atractiva y captar gente, tiene que crecer hasta llegar a ser lo que se merece. Debe tener carácter propio y hacer de los extranjeros los nuevos valencianos y esto no se puede conseguir siguiendo las directrices que marca Fuster. El valenciano en vez de unir separa, es lo que he podido comprobar leyéndome este libro que excluye de la valencianidad a los de Buñol y Segorbe. Los inmigrantes jamás sentirán el valenciano como algo suyo, ni sus hijos porque no es algo útil y atractivo como sí lo es el castellano que permite que pueda venir una persona de Cuba, Argentina o Sevilla y estar integrada sin ninguna dificultad. Poner el valenciano como requisito para acceder a cargos públicos y especialmente universitarios nos perjudica a nosotros a los valencianos pues perdemos la oportunidad de tener unos profesionales muy cualificados, porque yo sí soy valenciano por mucho que diga Fuster y su séquito. Este anclaje al pasado, al provincialismo, al gusto por la subyugación tanto a Madrid como a Barcelona es lo que hace de Valencia lo que es. Así que si queremos avanzar y llegar a ser algún día una urbe grande y competitiva con el resto de ciudades europeas debemos de olvidarnos de estar estúpidas diferencias de si se dice codony o membrillo y abrirnos al mundo, dejar atrás el pasado que suficiente pesa como para estar echándonoslo en cara todos los días como hermanos que somos. Y es cuando alcancemos esta fraternidad que podremos centrarnos en los problemas realmente importantes que sufre nuestro territorio como la justicia social y la corrupción, pues aunque entretenidos de discutir, estos problemas sociolingüísticos no dejan de ser secundarios y meras cortinas de humo que sirven de estrategia a los políticos para apartar la atención de su pésima gestión.

sábado, 11 de enero de 2014

Make the wrongs turn rights


Feliz año nuevo, gente.

Ya hace semanas que nos despedimos del 2013, que dejamos atrás la nochebuena, la nochevieja, los reyes, las gastroenteritis, las noches en el hospital y todos esos tópicos navideños. Comienzo 2014 con muchos nervios e ilusión, espero ansioso el momento de tener por fin entre mis manos los billetes para Shanghai y poder estar seguro de que nos es una fantasía.

El dibujo de hoy, se lo hice a mi amigo Sergio por su cumpleaños. Se trata de él en un tranvía de Estambul.