viernes, 29 de agosto de 2014

Un viaje a China (II)


Los que me conozcan sabrán que hay cuatro cosas que me apasionan (eran cinco antes de viajar a China): los mapas, Canción de Hielo y Fuego, Euskal Herria con sus siete provincias, y el metro. Pues el metro de Pekín es una pasada. 16 líneas tenía el mapa que cogió Tietuo, y más habría porque algunas en vez de número tenían nombre. Allí la seguridad es máxima, antes de entrar en cada estación te hacían pasar todas las mochilas por un escáner e incluso a veces pesar los líquidos. Esto que al principio me sorprendió se repite en cualquier lugar medianamente público de China, desde el metro, la estación de tren, los parques etc... al principio es un engorro bastante grande sobre todo si vas con maleta y hay un montón de irrespetuosa gente corriendo como locos para coger asiento en el metro y no tener que ir de pie. Una vez, en la estación de Beijing West Railway Station, mi amigo Tietuo quedó atrapado entre una marea de gente que se pegaba por entrar en el metro y tuve que tirar con fuerza de él para sacarlo. Porque los chinos son muy muy respetuosos con los extranjeros, los laowais, pero no así entre ellos.


Al primer lugar al que fuimos fue la plaza de Tiananmen, la plaza más grande del mundo pero, como todo en China, está tan llena de chinos que es imposible admirar por completo su magnanimidad. Esto fue especialmente horrible en una de mis grandes decepciones del viaje, la Gran Muralla, de la que ya hablaré luego. Aquel día el ambiente estaba tan cargado de contaminación que llegué a confundir el sol con la luna. Y esto es algo que en occidente nunca había visto, el sol como una esfera perfectamente redondeada a la cual se podía desafiar mirando directamente sin deslumbrarse. La cola del mausoleo de Mao daba la vuelta a la plaza pero iba rapidísima. Tietuo me dijo que no merecía la pena entrar y que además no te dejaban hacer fotos. Tampoco me hacía mucha ilusión ver su cadáver, ni tener que rendirle honores.


Hubo dos momentos en el viaje en los que dije: "WOW madre mía" El primero fue cuando abrieron las puertas de la Ciudad Prohibida y me encontré ante aquella gran explanada que durante muy poquitos segundos estuvo casi vacía. La Ciudad Prohibida era la residencia del emperador de China y como su nombre indica estaba prohibido el acceso para todo la plebe del país, unos mil millones de personas. A mi me encantó aquel lugar, mientras que a Tietuo le decepcionó. He de decir que a mi no se me ocurrió llevarme el carnet de estudiante y eso me jodió bastante durante el viaje porque a pesar de que mi madre me envió una fotografía había lugares donde no me la admitían y tenía que pagar el doble que Tietuo por entrar en cualquier sitio.



Después de ver la Ciudad, fuimos a ver unos parques aledaños muy hermosos. Típicos jardines chinos, tal y como uno se imagina oriente. Con sus abuelitas y abuelitos bailando y haciendo deporte, gente tocando instrumentos tradicionales, hombres haciendo caligrafía, señores y señoras cantando. Muy divertido todo aunque acabé destrozado. Me llevé las botas de montaña y por la noche tuve que meter los pies en agua caliente de lo que me dolían.



Después fuimos a comer a un pequeño bar o restaurante, no sé, da igual. Llamémosle con cariño un acogedor lugar que ni de coña pasaría los controles sanitarios occidentales. Comí muy bien y muy barato, además las Coca-Colas y las fantas (ya comentaré más adelante mi problema con esta palabra) son de 600ml y valen 4 yuanes, unos 50 céntimos. El paraíso de la comida, señores. Ir a China y no atiborrarse de comida es un pecado. Eso sí, advierto que la comida china china nada tiene que ver con la que nos ponen aquí en los restaurantes. No vi un solo arroz tres delicias o un rollito de primavera o un pato al limón. Además, por lo general, es picante. Y también recuerdo que allí no hay cubiertos, todo es con palillos, así que mejor que vayáis como yo, aprendidos de casa y os libréis de un gran problema.



Por la tarde ya estaba muerto y enterrado de tanto caminar entre hutongs y de tanto calor (todavía no había ido a Xi'an y no conocía lo que era el calor de verdad). Una cosa que no soporto es la gente que yendo de viaje insiste en volver al hotel porque está muy cansada y he de reconocer con vergüenza que aquella tarde fui yo el que tras una hora en el metro camino a la villa olímpica le pedí a Tietuo volver. Como podéis ver en la foto, ya no podía más. Y sin embargo volvimos al metro y acabamos sin quererlo delante del CCTV y del Beijing World Trace Center. 



Una horita más de metro y por fin estuvimos de vuelta en casa listos para ir a cenar a un restaurante. Es una pena que la comida fuerte de los chinos sea la cena porque me llenaba rapidísimo y siempre terminaba exhausto media hora antes que el resto de personas. La cena china es muy distinta a la occidental, se preparan seis o siete platos muy variados con carne, pescado, verdura, fruta, arroz, sopa... y se sirve todo junto. En el caso de los restaurantes te lo van trayendo conforme lo van haciendo. Creo que ese día fue el que mejor comí de toda mi vida. Su tío muy hospitalario no paraba de preguntarme si quería más cosas y yo le respondía que aquello era más que suficiente. Le pedí perro, pero el perro a pesar de la creencia popular no es un plato típico ni común chino. Hay lugares, me dijeron, pero muy pocos porque comer perro es coreano. A continuación dejo una imagen de una parte de la cena.


Estaba tan cansado que en sólo un día me acostumbre al uso horario y a las ocho caí rendido en la cama.

lunes, 18 de agosto de 2014

Un viaje a China (I)


Hace ya dos semanas que volví de China y tengo la extraña sensación de que fue hace mucho tiempo, meses e incluso años. No encontraba el momento de reflexionar qué han significado para mi estos 16 días fuera de casa. Sin duda ha sido una experiencia muy intensa, casi diría que demasiado. El choque de civilizaciones ha sido brutal, pero me ha enseñado muchas cosas. Intentaré seguir un orden cronológico.


Tras cuatro horas de avión hasta Estambul, siete horas de escala jugando a las cartas con chinas en el aeropuerto de Ataturk y otras nueve horas de avión por fin llegué a la República Popular. Mi primera impresión fue clara y se refleja en la pregunta que nos hicimos todos los pasajeros conforme nos íbamos aproximando a la capital china: ¿eso es niebla o es contaminación? porque después de sobrevolar el hermoso e inmenso desierto del Gobi nos introdujimos en una nube grisácea que no nos abandonó hasta que cogimos el tren hasta Xian. Bajar del avión fue toparme con un mundo completamente nuevo, envuelto por una bruma de aire seco y tóxico a 40 grados de temperatura, creo que no hace falta decir más sobre el clima de Pekín, excepto que aunque no lo parezca no es el peor de China.




Mi amigo y yo llegamos a Pekín desde un avión diferente cada uno. Yo hice escala en Estambul, él en París. Estuve una hora perdido en el aeropuerto buscándolo hasta que lo encontré con otros dos hombres. Salimos a la calle y tuve mi primer gran impacto con la cultura china: el tráfico. Mi amigo Zou me dijo que en China no había normas de tráficos, los pasos de cebra inexistentes, por supuesto; el automóvil, prioridad absoluta al parecer. Aquello era un caos, tardé mucho en acostumbrarme para ser sincero. Me atemorizaba cruzar la calle y varias veces me enfadé con los conductores. Una vez viniendo de ver la Gran Muralla a un coche le dio por darse la vuelta en mitad de la carretera y tuvo (por sus santos cojones) el tráfico detenido durante quince minutos (bueno quizás menos, pero me tocó mucho las pelotas esa actitud de ahora me doy la vuelta porque me da la gana) y otra vez cuando cogiendo un "taxi" (taxi = chino en bicicleta) fuimos en contradirección entre los coches. Otra de las muchas manías de los chinos es escupir. Escupir, pederse y eructar, sea donde sea, sea quién sea. Da igual si estás en un coche, en la estación de tren o, por supuesto, en un bar al aire libre, aunque esta sea una pudiente señorita seguro que escupirá y eructará. Y luego serás tu el maleducado por beberte la cerveza del botellín y pelar las gambas con la mano.



Nos alojamos en casa de sus tíos, cerca de la estación de Dahongmen, en el sur de la ciudad. Si ya cuando vine de Madrid sentí que Valencia era un pueblo grande, al volver de Pekín sentí que esto no es más que un pueblo. Pero ahora he llegado a la conclusión que quizás no sea China el mejor lugar para comparar, no es que Valencia se muy pequeña, es que Pekín es gigantesca a un tamaño desorbitado. Su tío nos llevó a cenar a un "bar" al aire libre con sus amigos donde hacían la comida en la calle, al lado de un mercado donde la fruta estaba en el suelo y un grupo de señoras mayores bailando al unísono. La comida estaba buenísima, al igual que la cerveza, la cual no se debe beber de botellín según los chinos. Acabé cansadísimo, ni siquiera me di cuenta de que la cama no era más que una tabla de madera con una esterilla de bambú, pero tenía tanto sueño que me supo como si hubiese sido una cama de agua.