miércoles, 31 de diciembre de 2014

Mi momento más mágico de 2014.

Si tuviese que destacar un momento de 2014, destacaría un par de segundos que viví hace ya seis meses durante mi viaje a China. Yo había pasado aquella tarde solo en un hospital de Shanghái con cuarenta de fiebre, atado a un gotero en una sala con otras veinte personas y después del viaje en tren más insoportable de mi vida con mi clásica paranoia pesimista. Tras un tiempo, que sinceramente no sé cuanto fue, llegaron por fin mi amigo Tietuo, su primo y el tío del primo de Tietuo para sacarme de allí. Yo todavía con fiebre, me subí en la moto con pedales o la bicicleta con motor de su tío. Me agarré con una mano fuertemente al tronco del hombre y sujeté con la otra mi sombrero para evitar que se volase. Entonces empezamos a circular entre los coches a toda velocidad en mitad de la noche. Después de dos semanas, ya me había acostumbrado a la caótica anarquía que era el tráfico en China y más en una ciudad de veintitrés millones de habitantes como era Shanghái. Y entonces, el conductor me indicó que mirase a mi izquierda y de repente, entre los hormigueros verticales, surgieron los famosos rascacielos de Shangái iluminados de azul, rojo, amarillo... había soñado durante años con ver aquellos colosos y maldije que tuviese que ser justo en aquel inoportuno momento, con fiebre, a toda velocidad en una "moto con pedales" y con extremadamente fatigado. Sin embargo, rápidamente me di cuenta de lo afortunado que era y por fin, después de tanto tiempo, estaba viviendo aquello que tanto tiempo había deseado, aquello por lo que había recorrido diez mil kilómetros. Es una verdadera pena que no hubiese tenido una cámara en mano para inmortalizar aquel momento y poder compartir un resquicio de aquel maravilloso paisaje que sin duda no podría reflejar ni de lejos la totalidad de emociones que me provocó, aún así, aquel recuerdo, aquel fugaz ataque de plenitud y realidad, de sentirse vivo, permanecerá grabado, imborrable en mi memoria, para siempre.