sábado, 16 de mayo de 2015

La Polinesia Meridional, repaso breve e improvisado del primer año de carrera.


Suele ser habitual que mis momentos más lúcidos coincidan con aquellos en los que más tengo que estudiar. Este no es uno de ellos. Gracias al plan Bolonia, a estas alturas del curso ya está casi todo el pescado vendido y el examen de física que se me presenta a duras penas puede alterar dos o tres décimas mi nota final como mucho.

Antes de decidir dejar a un lado por unos momentos mis apuntes sobre ondas, reflexiones totales y efecto Doppler, pensé que quizás sería una buena idea tratar de imitar mi entrada anterior de escribir por el mero placer de escribir que tan satisfactoriamente me supo cuando la finalicé y que tras unos meses sin actualizar esto, ya era hora.

Sin embargo, a la hora de la verdad, cuando he encendido el portátil y comenzado a teclear no me ha salido la necesidad de improvisar, a pesar de que, como se podrá apreciar fácilmente; es eso mismo lo que estoy haciendo. Por el contrario creo que lo que necesito en estos momentos sería utilizar esto como una sutil válvula de escape de lo que ha supuesto para mí este primer curso de carrera. La conclusión a la que he llegado es: nada. Este último curso no me ha aportado nada.

Quizás será porque entré a la universidad con una idea preconcebida sobre lo que iba a ser mi vida durante el próximo lustro. Y esto es un error, un error mío que contradice mi más ferviente dogma, no tener espectativas. Siempre pongo de ejemplo la gratificante experiencia que resultó para mí ir al cine a ver Avatar, sin saber que iba a ver a Avatar ni de que trataba y cómo disfrute como pocas veces en mi vida. Por supuesto mi experiencia universitaria no ha sido así, ni de lejos.

Intelectualmente puedo afirmar que no he aprendido gran cosa y lo que he aprendido ha sido por mi cuenta, incluyendo diferenciar los cincuenta tonos de sombras que se pueden apreciar cuando uno se pone a dibujar un enchufe. Ah, y a los videotutoriales de YouTube ¡Cómo pueden habérseme olvidado los videotutoriales de YouTube!

Mis profesores, lejos de haber sido una guía para mí o un espejo en el que querer reflejar mi carrera personal y laboral, se han comportado como meros altavoces. Su lema sería equivalente al de los saltamontes de la película Bichos "vienen, comen y se van; vienen, comen y se van" pero en vez de eso: "vienen, dan su monótono discurso y se van; vienen, dan su monótono discurso y se van". Profesores que son como parásitos, que no quieren estar allí, que sólo están porque les obligan, que no disfrutan enseñando y que encima son malos enseñantes, que no es su vocación, que no les importa si aprendes o no, que ni se preocupan, por resolver tus dudad, una vez hasta una llegó a enojarse cuando le pedí una tutoría, cuando es mi derecho y su obligación porque las estoy pagando a través de una matrícula, por cierto, abusivamente cara.

Esto llega a ser desmotivante. Y en múltiples ocasiones a lo largo del curso he vislumbrado la idea de abandonar la universidad. Cada práctica de física, cada insulsa lámina de "artística", cada examen de matemáticas... eran pequeños empujones que me encaminaban hacia la puerta de la facultad. Pero entonces me pregunté qué hacer, qué otro camino existe más allá de este trazado. No es el momento,ni de lejos. La crisis es palpable en cada rincón de la ciudad por mucho que los políticos lo nieguen, bendita campaña electoral por otro lado. No puedo dejarlo, no soy capaz. No sé lo que quiero ser. A veces siento que la universidad es sólo una escusa para tener a los jóvenes aletargados durante cuatro años más de su vida.

Y por lo demás qué decir, sigo viviendo en la misma ciudad, en el mismo barrio, en el mismo bloque. Sigo saliendo con la misma gente y mis últimas cinco conversaciones han sido con las mismas cinco personas que hace un año. No voy a buscar ni causas, ni escusas de esto. Las cosas son como son y no me quejo, siendo sincero, no tengo motivos. Ahora mismo soy verdaderemente feliz.

Y de esta entrada en exceso larga y en exceso improvisada, lo único que saco en claro es que lo que hace dulce la vida son tres cosas: no tener espectativas y dejar que todo fluya, disfrutar lo que uno hace y valorar a la gente que te hace feliz alejándote la que no.

Por Alá, que moñas me ha quedado esto último. Me vuelvo a estudiar física.


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