miércoles, 8 de agosto de 2018

Pa mala yo. Review de mi año erasmus en Londres (el cuarto y último de la carrera de diseño industrial)

Llevo meses debatiéndome sobre si publicar o no esta entrada que escribí allá por junio. Pero soy un chico de costumbres aunque intente evitarlo y no he podido resistirlo más. Aquí el último capítulo, echadle paciencia porque es largo como todo fin de ciclo. O no...


Valencia se me quedó pequeña, me generaba ansiedad, casi dejé de ir a la universidad, me centré en el trabajo extraacadémico, mis amigos más cercanos se marcharon... no sé qué me creía en ese momento, quizás sólo necesitaba un nuevo reto. En septiembre le dije a mi madre que si tenía que volver otro año más a la ETSID dejaba la carrera.

Me marché a Londres gracias a una beca Erasmus, el dinero que había ahorrado trabajando y la ayuda de mi madre, a la cual nunca podré llegar a agradecer este gran regalo que me ha dado. Ahora mismo me siento como dentro de una hermosa burbuja que me he construido y que irremediablemente está a punto de estallar. Los rascacielos, la lluvia, los cielos grises, la multiculturalidad, los trenes llegando a su hora... son elementos que poco a poco se han ido convirtiendo en mi día a día y que con cada uno que os vais marchando de vuelta: a Canarias, a La Mancha, a Valencia, a Baleares, a Euskadi... me recuerdan que este año ha sido eso, solo un año, un paréntesis en mi vida. Algo irreal, como suele decir mi madre aunque yo me resista a pensar en ello. 




Cuando llegué a Londres esta ciudad me enamoró. Es tan dinámica. Sus calles parecen venas repletas de vida, a todas horas pasa algo, siempre llega gente nueva. Las calles están limpias, el metro es de un diseño exquisito, el tráfico, los luminosos anuncios gigantes de Jon Kortajarena, la fiesta en las mejores discotecas que he catado en mi vida... me sentía como en una película. No quería volver, solía decir que había encontrado un nuevo lugar al que llamar hogar. Cuando vine a Valencia por Navidades no hacía otra cosa que desear regresar.


Llegó el invierno, y se acabó la diversión. Este año ha nevado cinco veces desde que estoy aquí. Los días se hicieron ridículamente cortos. No vimos el sol durante casi tres meses. Fue entonces cuando descubrí la otra cara, una ciudad donde siempre estás rodeado por gente capaz de hacerte sentir verdaderamente solo e inútil. Una lucha contínua contra los demás. Comienzas a buscar trabajo de lo que llevas 4 años estudiando y empiezas a verte todas las puertas cerradas, tu confianza en ti mismo puede caer hasta límites insospechados.




El ambiente de una clase aquí es muy diferente al de España. Aquí no había amigos como nosotros los entendemos. Nadie se quería ver fuera de las clases. A la cara todo es muy dulce y cordial, aquí no se falta el respeto ni se hieren sentimientos, todas las críticas tratan de ser constructivas. A la espalda es otro mundo, todo el mundo mira por su ombligo, y no los culpo, el mundo real está lleno de mucha gente, algunas muy buenas, otras muy malas. Y es que una de las cosas que he aprendido con este año es que el mundo es mucho más grande de lo que me imaginaba.

En una ciudad tan global donde convives en un piso con gente de lugares tan diversos como Trinidad y Tobago y Dubái, vas a clase con rumanos, congoleños, ugandeses, polacos, tailandeses o bengalíes y tus profesores son norteamericanos, portugueses, británicos y afganos. La riqueza que te aporta esto no tiene comparación en mi opinión. España es muy endogámica, y Valencia todavía más. No entraré aquí en el tema de las lenguas, porque no viene a cuento, pero en un mundo tan globalizado donde son las ciudades las que compiten por atraer gente, lo último que se deberían de poner son barreras para que el talento viniese. Porque al final los más perjudicados seremos nosotros.



La universidad británica es muy diferente a la española, y si tengo que comparar es obviamente mucho mejor. Pero empecemos por el principio, un año en la Middlesex University cuesta alrededor de £9000. Esto ya de entrada significa muchas cosas, mejores instalaciones, mayores servicios y facilidades, buenos equipos de trabajo, un sistema de trabajo al día... otra gran diferencia es que sólo teniamos cuatro asignaturas y quien dice asignaturas dice módulos, porque estos estaban relacionados entre ellos. Empezabas un proyecto en un módulo y luego ese mismo proyecto lo desarrollabas y terminabas en otro, usando los conocimientos que ibas aprendiendo. 



La libertad creativa de aquí es mucho mayor a la de España. Cada uno tiene su estilo, y su forma de trabajar. No existen leyes universales. Todavía tengo ecos de mis clases del año pasado prohibiéndome utilizar degradados y más de dos colores en una misma composición. Y aquí llega al punto clave de diferencia, la motivación del profesorado por ofrecer a los alumnos lo que ellos quieren y necesitan, actulizándose constantemente a ellos mismos y a la carrera. Pidiendo feedback. Preocupándose de verdad porque los alumnos aprendan, prosperen, mejoren y consigan un buen trabajo una vez terminen la universidad. 

La universidad española, o al menos la UPV, o al menos la ETSID. No es más que una madriguera donde se crean puestos de trabajo y asignaturas a la medida de unos profesores que no tienen motivación ninguna y que están ahora mismo denigrando el nombre de la educación pública. Estoy tan decepcionado con mi escuela que no tengo ninguna intención de ir al acto de graduación, si eso a la fiesta de después.



En fin, conforme iba pasando el año y más se acercaba mi momento más temido. Más me iba dando cuenta de que esto que había estudiado no era lo mío. Y no era solamente que de verdad pensara que lo que hacía no estaba a la altura de mis exigencias, sino que no me veía. Sentía ese ambiente como algo ajeno completamente a mí. No valoro el fruto de un trabajo en diseño y es algo que venía sospechando desde hacía mucho tiempo. No le encuentro el sentido al propósito de lo que hago. No creo que llegue a caer jamás en la fiebre de las zapatillas, de los diseños de marca, de los iPhones etc... el mundo del postureo y el consumo compulsivo es algo que va muy en contra de mi manera de vivir. Jamás he cogido una revista de diseño y el mundo de la bohemia que lo rodea me hace sentir un tanto incómodo y desubicado. Y aunque soy consciente de que esta es una disciplina donde no hay una verdad absoluta, y también hay corrientes en contra de esto, tampoco me veo reflejado en ellas. Por mi personalidad sé que no sería feliz con un rutinario trabajo de técnico de CAD. Ni tampoco con un trabajo de diseñador gráfico o desarrollador web donde sintiese que el fruto de mi trabajo se olvida y queda obsoleto tan rápido como llega.



Estos son pensamientos muy de mis entrañas. Que me han agobiado mucho, sobre todo durante los últimos meses del curso. Buscaba trabajo, pero en realidad no quería empezar a trabajar de lo que había estudiado. Era una sensación contradictoria y culpabilizante. Esto me llevó a creer que podía callar mi Pepito Grillo si encontraba trabajo y me lancé a lo primero que pillé, un curro en hostelería sin contrato donde el primer día hice 11 horas, busqué un piso donde quedarme los meses de verano, también sin contrato, empecé a hacerme la idea de que pasaría los próximos tres meses de verano solo, trabajando, en aquella gran ciudad.

Un día, una clienta un poco indiscreta me preguntó si era feliz en ese trabajo. Yo le dije que estaba allí para trabajar, no para ser feliz. A lo que ella me contestó: "If we don't dream big, we get small". Me dejó toda la noche pensando. 

Finalmente llegó el día D, no pude más, como no tenía contrato laboral el día de cobrar recibí de menos, me quejé y mi jefe se rió de mí con un "ha!, where is written?" que se me debió de quedar la cara de gilipollas más épica del mundo. A la semana siguiente había cogido un avión con regreso a España, para ir a una entrevista de trabajo. Me fui sin avisarle y dejando ese día la tienda desatendida. Y yo que soy una persona muy de remordimientos, todavía no ha habido una noche que aquello me haya quitado el sueño.



Para terminar esta entrada, quiero agradecer a todas las personas con las que he tenido el placer de convivir y trabajar. Y este año no diré nombres, han sido tantas que temo dejarme a alguna por el camino (bueno mención especial a Ángela que ha sido mi amiga y compañera de piso, una mujer de los pies a la cabeza, y a Ander, el hombre más noble que se ha cruzado en mi vida). Simplemente decir que cuando supe con quién iba a tener que compartir por lo menos un año de mi vida me puse muy nervioso. Jamás habría pensado que los amigos que me iba a llevar de la carrera íbais a ser vosotros, yo, que ya me había hecho la idea que saldría de la universidad sin pena ni gloria y sin volver a hablar practicamente con nadie de allí. De veras, gracias. Gracias a vuestros ánimos he conseguido tomar la decisión más difícil y valiente de mi vida. Voy a perseguir mis sueños.

Y es que en su momento no los seguí por MIEDO. Y el miedo es nuestro mayor enemigo. No podemos quedarnos paralizados por el MIEDO. Porque cuando decidí marcharme de Londres no me arrepentí de NADA de lo que había hecho, solo de las oportunidades que había perdido  (cuando BadGyal habla en Internationally de su concierto en Londres y yo pienso que no fui porque no sabía si iría solo, me siento idiota) y de todas las cosas que había postpuesto. Y me puse intenso, y pensé que eso es lo que debía de sentir una persona ante la incertidumbre de la muerte. Un gran pesar por todas esas veces que no fuimos valientes, que no fuimos contra lo correcto y establecido, que no dimos el paso... 




Este no ha sido mi último año de carrera. El 15 de julio me matriculé en primero de arquitectura. A mis 22 me he metido en una carrera de como mínimo seis años. Y sí. Tengo miedo. Miedo de ver como mis amigos van construyendo sus vidas laborales, independizándose, creciendo... y yo termine la carrera con 28, en una disciplina con una tasa de paro altísima. Siento que decepciono a mucha gente pero sé que si no lo hago estaré toda mi vida pensando que yo podría haber hecho que alguien sintiese lo que yo he sentido todos estos meses cuando subía a la azotea del Tate y veía The Shard alzarse majestuoso ante mis ojos. Solo tenemos una vida, y pienso que en esta vida hay que buscar dos cosas: ser felices y auténticos.



Dejo como Bonus Track este fragmento de una de mis películas favoritas: El monólogo de la Agrado en "Todo sobre mi madre" de Almodóvar. En él, dice una de esas frases que se me han quedado grabadas en la mente: "Una es más auténtica, cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí misma". Yo me lo aplico a diseñar un rascacielos, ella a ponerse tetas, cada cual que se lo aplique a su vida.




Review de cursos anteriores:


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